En un nuevo aniversario del nacimiento de Leandro “Gato Barbieri” y a 51 años del lanzamiento de Fenix, uno de los tantos puntos destacables en la obra de quien fuera el músico más importante en la historia del jazz argentino, Jazz and Cash le rinde este homenaje.
Nació en Rosario el 28 de noviembre de 1932 y murió en Nueva York el 2 de abril de 2016. Y si bien en su biografía hubo locaciones importantes (Argentina, Brasil, Francia, Estados Unidos), en su obra las hubo más. Cuando hablaba de que su música “es de todos los países”, leerse entrelíneas su compromiso cultural y político, que siempre fue de la mano con su visión artística. Para él, posición ideológica y posición estética confluían en el mismo punto: el progresismo.
Barbieri comenzó a formarse musicalmente en la escuela Infancia Desvalida de Rosario, hasta que se mudó a Buenos Aires en 1947. Allí tomó clases con el maestro Ruggero Lavecchia y comenzó a integrar varias formaciones jazzeras de la escena: la Casablanca Jazz, los King Serenaders, las orquestas de Panchito Cao, Toni Cefalí, Pocho Gatti, la estable de Canal 13 y la de Lalo Schifrin, en 1955. Fue en ese año que se decidió de manera definitiva por el saxo tenor. Su hermano, el trompetista Rubén Barbieri, Jorge Navarro, Bebe Eguía, el Negro González y Néstor Astarita, entre otros, fueron algunos de los músicos con los que compartió jams en la noche porteña.
Para 1962, el Gato, previo paso por Brasil, se instaló en Europa junto a su esposa Michele. El despegue de su carrera internacional se dio allí, en el Viejo Continente, luego de conocer al cornetista Don Cherry (integrante fundamental de los discos seminales del free jazz que grabó Ornette Coleman). Barbieri estuvo tres años como ladero de Cherry y esa sociedad puede escucharse en tres discos clave: Toghetherness (1965), Complete Communion (1966) y Symphony for Improvisers (1966).
Pero sin dudas el gran reconocimiento internacional le llegó en 1972 cuando grabó la banda de sonido de Último tango en París, dirigida por Bernardo Bertolucci y protagonizada por Marlon Brando. En esa etapa, de fuertes convulsiones políticas en todo el mundo, el Gato Barbieri, que se había afiliado al Partido Comunista a los 18 años y se identificó como una persona de izquierda hasta su muerte, afianzó su conexión con los sonidos de América Latina. Así fue que inició, con The Third World (1969), una saga de discos que cruzan, como nadie lo había hecho hasta el momento, el folklore y la música popular latinoamericana con la rabia y la vanguardia del free jazz. Bolivia (1973) -en homenaje al Che Guevara- y Chapter 3: Viva Emiliano Zapata (1974) son los ejemplos más evidentes de esa conexión folklore-política-jazz-libertad. “Eran una guerrilla musical y tenían que sonar así”, dijo en la entrevista antes mencionada sobre aquellos discos. Durante esa época, además, Barbieri contó con leyendas del jazz para sus propias formaciones: Ron Carter, Roy Haynes, Charlie Haden, Lenny White y Lonnie Smith son apenas algunos de los nombres que colaboraron con él.
La impronta del Gato Barbieri, desde su sonido a su sombrero, se volvió tan fuerte entre fines de los 60 y principios de los 70 que hasta el saxofonista de la banda de los Muppets se inspiró en él. Ya hacia fines de los 70 su sonido cambió hacia una vertiente más accesible, en consonancia con el smooth jazz del moda. Así, sus discos y sus apariciones en vivo se fueron espaciando en el tiempo aunque nunca desapareció de la escena por completo.
Como bien apuntó Pablo Gianera, cuando la Academia de los Grammy le dio un premio al Gato Barbieri por su trayectoria, en 2015, destacó que el músico argentino cambió el “paisaje completo del jazz”. Mientras lo cambiaba, eso sí, también lo estaba habitando en toda su extensión.
Gato Barbieri logró, como pocos, conjugar una obra sólida, en diálogo con las vanguardias de la época y también con su propio aporte personal. Su individualidad y la de su sonido estaban cargados de contexto y de subjetividades. Se reconocía del tercer mundo y fue para él su valor agregado, su toque de distinción en una música que siempre alentó a la originalidad y a los arrebatos personales sin dejar de entender al de al lado. En su música había tanto de la psico-geografía latinoamericana como de la efervescencia del free jazz. Una búsqueda de libertad y de desafío a lo establecido que era desde lo estético y también desde lo ideológico. Todo (buen) jazz es político. Y el del Gato Barbieri sí que lo fue.
Fuente: La Nación
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