El jazz nació como una respuesta creativa ante la opresión. Música maravillosa, rebelde y con una gran capacidad de adaptación, suficiente para evitar las etiquetas inamovibles. Y en ese impulso de libertad las mujeres jugaron un rol protagónico, único.
Pese a los grandes referentes masculinos que cantaron desde sus inicios, sin duda fueron las mujeres quienes le pusieron la voz -y otros instrumentos- al jazz y al blues, con historias desgarradoras y felices, desde el centro del alma y del corazón.
Un claro ejemplo sin duda es el caso de Yamile Burich, la gran saxofonista que fue pionera con su Jazz Ladies Orquesta, ganando espacio en un terreno cimentado por hombres. En espíritu y cuerpo, Yamile suele ser la líder, donde además de tocar diferentes tipos de saxo, compone y dirige sus grupos.
Como se puede observar en sus shows, su energía desborda del escenario con una impronta única y un sonido cautivante, tan expresivo en su emoción genuina como dúctil desde lo técnico, un fraseo que está entre los mejores vientos de la escena local.
Bardo fue el último disco que lanzó por plataformas digitales con todos temas propios. Se trata de un quinteto donde, como suele pasar en el jazz moderno, donde se combinan apertura armónica, improvisación, espontaneidad y exploración rítmica. Desde cruces latinos como “La Victorita”, a cadencias trepidantes y cinematográficas –“Nito”– y baladas al estilo Gato Barbieri como “Caos y desorden”, un tema que conduce inexorablemente hacia Último tango en París.
Nacida en Tartagal, Salta, dice que a los cinco años le pidió a su mamá estudiar piano, que su papá tocaba en forma amateur. Fue a profesora particular, después al conservatorio y a los 14, en la escuela municipal de Salta capital, vio a un chico tocando el saxo. Abandonó el piano, y mientras todos la miraban raro por ser la única mujer con un bronce, fue alentada por su profesor Coli Montero.
Sus primeros grupos fueron de covers, trabajó para una marca de cerveza y ganó plata, a punto tal que dejó el secundario. A los 18 viajó a Buenos Aires para estudiar con Hugo Pierre. En la gran urbe todavía había prejuicios y se fue a Cuba. Tocó en una banda de salsa con la que conoció Europa. Vivió en Londres y ganó la beca que todos los jazzistas desean, en la Berklee de Boston, pero desistió. “Viajé a New Orleans, conocí músicos que me hicieron ver que necesitaba tocar y tocar, muchas jams y estar un tiempo en Nueva York. Así que cambié mi destino”.
En 2006 regresó a la Argentina cuando falleció su mamá. Armó sus grupos, empezó a componer, y desde allí deslumbra a todos los amantes del jazz con sus increíbles shows.
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